Su voz

Llego la hora de seguir colocando posts antiguos. Este es hasta romántico:

Tanto ansiaba oír su voz.

Solos los dos, el mundo detenido.

Siendo una vez más su objeto. Recibiendo de el dolor, pero también cariño. Su cariño de dueño hacía mí.

- Las manos, aquí -dijo, señalando las mangas sin salida, de nuestra camisa de fuerza.


Las metí, oigo otra orden suya. Una orden que no necesita ni darme, pero lo hace porqué puede, porqué tiene el control. Y porque adoro oír su voz autoritaria.

-Gírate -ordena, girándome el mismo el cuerpo, para ajustarme por detrás cada una de las correas de la camisa de fuerza. Todas las hebillas puestas lo más ceñido posible, en el primer agujero de las correas, dejando todos los demás agujeros libres que podrían darme un mínimo alivio. Me cabe así, y quiere que lo sienta, que me quede ceñido, que no tenga ninguna libertad de movimiento.

Me hace estirarme en el sofá, sin poder utilizar mis manos. El látex fucsia de la camisa de fuerza se me pega en brazos, cuello y parte superior del pecho. El pecho queda totalmente al descubierto con esta camisa, y solo lo separa una correa de cuero negra, que baja por mi canalillo, hasta la parte superior de mis costillas, donde se ciñe tras de mi, hasta mi espalda, aprisionando las manos, atrapadas en el tejido.

Una vez estirada empieza a atar mis piernas, juntas, fuertemente, hasta que no puedo moverlas.

Me levanta, sin avisar, con sus brazos, y me mantiene, semi sentada, para colocarme el antifaz que tenemos, que me ciega totalmente, y una vez ajustado en mi nuca, ya sin poderle ver, oigo otra orden:

-Abre la boca -Normalmente con esta orden, o entra una mordaza en mi boca, o entra su miembro. O a veces me depara sorpresas que no son ni una cosa ni la otra. Pero esta vez entró una mordaza. Por el tacto de como la sentía en la boca, y lo que me impedía hablar, podía saber a la perfección cuál era. El bocado acolchado rosa. Es de las más cómodas que tenemos, mi amo es muy considerado. Se lo agradecería, pero no puedo hablar con ella. Apenas se me entiende, y me humillaría demasiado balbucear con ella puesta. Si no me obliga, me mantengo callada siempre.

Se sienta en el sofá, y me recuesta encima de sus piernas. Empieza a tocarme, los labios, la nariz, la cara. El pecho, los pezones... Me acaricia el cabello, me susurra, me habla. Su voz, sin poder responderle es más autoritaria, y sin poder verle, más seductora. Me estremezco oyéndole ahí, quieta, inmóvil, cuál objeto más añadido en el comedor.

Y empieza a leerme, su voz me calma, me lleva al trance, me excita. El tiempo pierde su valor. Estaría así toda la vida...


Comentarios

Entradas populares de este blog

Primeros sorbos de esclavitud

Este septiembre... voy a ser esclava

Sesión waterboarding